Se atreve el sol, intruso irreverente, a aproximarse con el mimbre de luz que atraviesa la rendija paciente de la ventana entreabierta. En línea transparente, su calidez rodea mi rostro aún dormido. Recorre con dulzura los párpados rendidos, mis pómulos, la llanura deshabitada de mi frente y se detiene a jugar con la fruta prendida eternamente a mi rostro: mis labios. Los besa con su lengua de claridad, todavía vestida con la humedad que le ha robado a las nubes que ha descartado, a su paso, hasta llegar a mí. Su luz agranda el hueco que entre ellos existe para que el aliento abandone mi garganta y retorne, nuevamente, al aire que lo engendra. Los besa con su lengua engarzada a la mía. Limita su borde, edificando con deseo una valla de anhelo que vibra, con la luz, mientras mi cuerpo, ajeno, descansa tendido sobre una cama a medio hacer y una almohada medio oculta, entre las sábanas.
Duermo, mientras el sol juguetea con mi carne despierta.
Duermo, tras soñar que eran tus dedos los que serpenteaban entre mis insomnes muslos.
Excelente texto, me ha encantado su delicado erotismo, en breves instantáneas muy logradas.
Un saludo desde Santiago de Chile.
Raúl Franquesa
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