FOTOGRAFÍA de Pura María García
Queda vacía.
Queda.
En el suelo, hecho madera,
las amapolas cierran sus hojas de silencio.
Una luz tenue
recoge las trizas de su brillo
y desparrama la luna venidera
sobre el vacío vacío que se muestra.
Queda
la simpleza de un pasillo,
murmurando los pasos que, un instante antes,
engarzaban la presencia y la caricia.
¡Qué inmensos nos parecen los espacios en blanco!
¡Que inabarcable acorde los sustenta
cuando la música del tiempo que ya ha sido
los abandona al disonante golpe
de la ausencia!
Quedan.
Las paredes se elevan,
con la exacta exactitud de cada día,
sobre un eje imaginario
que las limita de ellas mismas
y las erige universo,
vía láctea de estrellas que sucumben
a la espalda del astro de la vida.
Queda
vacío,
inmensamente blanco,
transitoriamente herido,
el lecho oceánico donde los amantes
han revuelto su piel contra la nada.
Vacía.
Queda.
Quieta.
Regurgitando, en silencio, su silencio.
La casa parece,
ahora,
un corazón decrecido e infartado.
Recuerda el sistólico baile
de dos cuerpos.
La carne conjuga el pasado reciente.
La húmeda saliva moja el momento, ahora ya ido.
Este espacio en el que habito
queda solo,
vencido como árbol
que acepta su claudicar ante el otoño.
La casa abre su paréntesis vacío.
Traza la transitoriedad en días rotos,
sentidos por la probabilidad que les conmueve.
Vacía.
Queda.
Quieta.
A la espera del regreso del amante.
La renovada convulsión.
El hambre del otro, sin medida
El sonido de su nombre.
El espasmo, acertando sus dardos
en las venas de alambre
de mi alma.
DEJARON SU VOZ ESCRITA…