FOTOGRAFÍA de Pura María García
Nos hacen comunes
los actos que inconscientes repetimos.
Nos igualan necesidades
y secretos
que van tomando forma a nuestra espalda
y nos dejan desnudos,
similares,
hambrientos de un algo inalcanzable
al que otorgamos
nombres diferentes.
Amar.
Recibir.
El llanto silenciado.
La asfixia del aire que nos es ajeno.
Lo deseado, firmemente declarado,
voz de carne,
en otro cuerpo.
La inútil obsesión por comprender
lo que alimenta al acto irreversible.
La rabia
como reacción,
acción sin cauce
ante la herida.
Una tarde perpetua
que se recuerda siempre
cuando, en realidad,
jamás ha sucedido.
El pánico ante dejar de respirar
el invisible aliento
que exhalan los pulmones semicursivos de la vida.
La muerte, convertida, sin éxito,
en imbatible amenaza.
Noches de insomnio en las que quienes somos
se adormece.
Incluso la mentira nos iguala
redimiendo la ficción
de uno mismo
inmerso en la realidad
fugaz,
en fuga
hacia la nada.
Nos igualan las mañanas. Esta y la otra.
Cuando el barro que nos sostiene
queda encerrado en la caja
que del cuerpo nos separa.
Nos iguala la mucosidad, el silencio viscoso,
la enfermedad y su carcoma,
lo sucio,
lo ocultado,
la piel desvencijada,
el orín en el suelo.
Clavada con agujas
a un papel descolorido,
como un insecto vulgar, inerte y frío,
me desgarro y me observo.
Me miro, no al espejo,
sino al alma
Y me descubro COMÚN,
IGUAL.
Sencillamente HUMANA.
DEJARON SU VOZ ESCRITA…