FOTOGRAFÍA de Pura María García
De nuevo, el tiempo. Una constante con constantes. (¿Vitales?)
Existe el tiempo en las palabras: parecen rastros difuminados cuando son leídas desde el presente que contrasta, en cada caso, con su correlativo pasado. A su paso, van emergiendo, en la mirada dirigida al atrás del hoy, como señales ancladas en postes herrumbrosos clavados con obstinación en la reseca tierra.
El tiempo, en la escritura, es un tiempo que difiere.
Se mide en las frases que permanecen en el folio o en la pantalla, en la huella que esconde su sesgo. Y existe, insolente en su certeza, el tiempo que se computa en la desescritura. Aquel en el que nada se vertió sobre el papel, en el que la palabra fue una especie dormida, ausentada, que se dejó llevar por la inercia de no ser más que una posibilidad que no fue jamás visible. El tiempo de la desescritura se mide en vacíos suspendidos de un instante en blanco que se eterniza. En el hueco que forma la ilógica lógica que la escritora intuye. Se reconoce su punzada cuando el alma siente un nódulo de frío existencial, enquistado en una de las vísceras invisibles, que afirma su dolor inacabable.
Cicatrices.
El tiempo en la entrelinea.
En las preguntas a medio formular.
En los ojos que no desean más que mirar hacia lo externo, cansados de escrutar la mirada propia.
El tiempo con su cuenta hacia adelante que, asentado en la paradoja, es el tiempo que descarta el suicida.
No es fácil determinar el momento inicial en el que el tiempo de la desescritura se evidencia y construye un extraño umbral entre el menester de vivir y el de dejarse hacerlo. No importa cuándo. De cualquier forma, el tiempo es un polizón que logra, siempre, subirse al barco de la existencia.
“Nos hace falta tiempo”, dices, decimos, con frecuencia. Y cada vez que le declaramos, abiertamente, su falta, el tiempo se envalentona y huye, con mayor rapidez que en su penúltima huida. Se convierte en el narrador que habita en la trastienda de todo.
“Nos hace falta tiempo”, dices, decimos.
En este instante en que repaso el tiempo inexistente, el que se mide en la desescritura, me pregunto si no será él, el tiempo, quien nos necesita, cuando le recriminamos su galope, para sentirse existido.
DEJARON SU VOZ ESCRITA…