FOTOGRAFÍA de Pura María García
«El amor se dice, se vocea en el poema.»
—Sí, pero yo lo siento más adentro, mar adentro de los versos. —
El amor.
Me niego a definirlo.
—¿No será que el amor rehuye detenerse en el labio
abierto,
ese que intenta atrapar su esencia
y encerrarla en una definición del almanario que somos? —
Me niego a resumirlo
pues hacerlo sería afirmar que la medida del amor
es similar a la medida de las cosas.
Sí aceptaré, lo admito,
que te amo asumiendo el abismo que fondea
el camino sostenido
en el que amar es un vaivén eternamente insatisfecho.
Así es.
Así te amo.
Sabiendo que es inevitable el riesgo del fracaso
de hallar, quizás, tras la anhelada sucesión de los abrazos
un páramo vacío,
la arquitectura sin ornamentos
en la que es improbable mi cobijo.
Así.
Así te amo.
Con un amor que encuentra su armonía en suceder,
vislumbrándote en un océano donde mi corazón no hace pie
y el agua podría
detener el aletear de lo que siento.
Así.
Así te amo.
También con un impulso que vive, a veces,
tan fuera de mí que me resuena ajeno,
intenso.
Un habitar tu mirada de un modo clandestino.
Un ser en tu ser,
cuerpo a través,
ambos apoyados en el muro desnudo de la probabilidad
que no quiere quebrarse.
Te amo con el terco sentimiento
con el que la mano se aferra al acto,
a la caricia, al pincel, a la cuerda afinada de la guitarra viva.
Con el goce con el que el recuerdo
reconstruye
el perdido reino de la infancia.
Así te amo.
Imaginando chimeneas que se prenden porque,
de repente,
La casa encendida está llena de vida
y el amor mora
en cálidas habitaciones
antes cerradas con pestillo.
Te amo así.
No queriendo parecerme a otro amor.
Desdeñando la similitud de otro amor frente a tus manos.
Porque el amor no es solo un soplo
en la carne
que deja huella intransferible.
Es cal viva
que no cicatriza, pero queda diluida
cuando, de nuevo, el circulo eterno de amar al amor
se vuelve geometría indispensable.
Te amo,
—te amé desde el instante único
en que dejaste en mí, no una respuesta, sino la justa pregunta—
con un amor inabarcable,
redundante en él, pero distinto.
Singularmente celeste.
Convulso.
Contradictoriamente coherente,
caminante que vaga sobre el campo minado
que es el amor cuando se siente así,
perceptible,
cincelado
instante
a instante,
palabra en la palabra sostenida
acorde que despierta del letargo
y te lleva a rasgar tu miedo intimo
y desear vencerlo para amarme.
Así te amo.
Sin máscaras.
Desde ellas, descubriendo los personajes que también soy.
Restándole al sol su pereza al caer la noche.
Abriéndote la puerta de mis puertas.
Esperando en el quicio de mi alma tu sonrisa
y las dudas que envuelven tu garganta,
El merodear la voz para que, aun diciendo el amor,
no caiga sobre ti mismo
con su mirada efímera.
Te amo
desde el egoísmo de saber
que la salvación de mis ojos se encuentra en tu mirada.
La pequeñez de la vida y su sombra.
La muerte.
El fin.
El cierre del paréntesis.
El último paso concebible…
Todo ello intenta, por este amor sentido,
esbozarse como un agujero improbable
cuyo riesgo se hace,
por este mismo amor,
asumidamente soportable.
habitando la mirada de un modo clandestino…