FOTOGRAFÍA de Pura María García
“Toda sensación es una pregunta, aún cuando solo el silencio responda”
G. Deleuze
Frente a nosotros están las confesiones
que nos hacen comunes.
Esa parte de lo vital que nos iguala.
Porque mucho de lo que le sucede a cada humano
le es, de alguna forma,
en su intimidad,
lo propio y contradictoriamente ajeno.
Ambas cualidades, ambos hechos
nos construyen como vertebrados
que podrían caber en la misma urna
de cristal, bajo la misma etiqueta
esencial
y
dolorosa.
Heridos de vida, mientras huye la muerte.
Heridos de voz, si es el silencio
el que queda rezagado,
oculto en la garganta.
Nos son comunes las horas y los días.
Los pequeños actos rituales que seccionan
el diagrama de Venn del reloj roto.
Para nuestra tranquilidad,
a ciertas horas ciertos actos nos ocupan.
Nos ocupan…
En el sentido literal son invasores
de una voluntad que se pregunta,
muy de vez en cuando,
qué punto cardinal marca la brújula
del paso
y la acción,
del pensamiento anclado
en el automatismo irreflexivo.
Compartimos los días como los mendigos
comparten el trozo de esquina
donde extienden
su cama de cartón,
su manta rota,
la almohada de esperanza envejecida.
Despertamos, en un canon a tantas voces
como bocas
bostezando
en distintos lugares del planeta.
Definitivamente,
cada uno, como puede,
holla la tierra del espíritu,
el páramo que paisajea a nuestra alma.
Conspiramos con la vida y sus pequeños dioses.
Nos aqueja el existir
y su ecuación derivativa.
A todos se nos prende la sonrisa
cuando un conjuro causal impide el vómito
de la inesperada oscuridad
que nos alumbra.
Somos una mezcla de cuerpo y de silencio.
Doble causalidad.
Acontecimiento con nombre y apellidos.
Todos sabemos lo que desconocemos de nosotros,
la insustituible inicial
con la que quedan nombrados
nuestros monstruos.
Nos es común el pensamiento tramposo
que nos lleva a creer que, siendo lo igual,
representamos la oportunidad de lo distinto.
DEJARON SU VOZ ESCRITA…