FOTOGRAFÍA de Pura María García
Caen, derrotados, los credos.
El dogma inmaterial.
Su anverso y su reverso, falseados.
Derrotada cae la verdad
que baila sobre las brasas
de lo nunca probado,
de lo absurdo:
generalización de las pequeñas mentiras
hechas verdades por la crónica
pesante de la enajenación del tiempo.
Cae el mundo.
Deserta la realidad
de la que eternamente pretendemos evadirnos.
En un rincón, mientras comparecemos
ante el envejecer
que derrite la carne y nos vuelve bruma
y perezosa mutación,
queda la lumbre, única, que queda.
El acto auxiliador.
La adivinanza sin solución que nos resiste.
Queda la plegaria hecha carne y pensamiento,
Un rezo a un no dios, sino a lo humano.
Ese esplendor casual que un día sentimos
y nos hace crecer en la soberbia de creernos
grandes en la mísera humanidad que nos arrastra.
Desventurado. Un pájaro altivo
gorjea su unicidad
como asa a la que aferrarnos
para vivir, latir, ser, caer, sentirnos vivos.
Queda sin derribar,
únicamente,
el acto de amar, no al semejante, sino al otro.
Amar con desconcierto.
Con esa plenitud que da el amor
y esconde, tras su impulso,
el miedo progresivo a las ausencias.
Queda amar con extravío.
Dejando a un lado el para qué
que la serpiente que llamamos sociedad
nos escupe:
veneno en estado de escándalo
y alquilado futuro.
Nos queda amar, sin usura,
frente al arcón infinito del deseo.
Percutirnos el alma en un arpegio simulado
y compartido.
Nos queda la ley primigenia de la especie.
La que nos lleva a amar y aullar
como lobos hambrientos de amor.
Saciar a base de amarnos el instinto.
Derrotados caen los dogmas.
Credos en los que no creer es lo lógico y creído.
Cae la realidad.
Cae el mundo, con su banda sonora
de entelequias indescifrables
y de himnos.
Pero, en el rincón desde el que puede divisarse
el todo
desde un prisma más benévolo,
una siente el contrapunto milagroso
del amar al descubierto
al descubrirse amando.
DEJARON SU VOZ ESCRITA…