FOTOGRAFÍA de Pura María García
Me escapo, definitivamente,
del camino que bordea la desesperanza,
aunque, cada día,
se asoma en mí una tristeza
profunda e intocable.
Ambas punzadas,
las dos superficies,
lo liquido y lo denso
me bañan las meninges
y las manos.
Hay momentos de paz
en los que apenas late el alma quieta
y el silencio repta las cuerdas vocales
y la lengua.
Embisten, también, los momentos
que proceden de la exhumación
de la beligerancia brutal
contra mi sombra,
situada yo frente a mí misma:
arma blanca en mano
-la palabra-
suicida soga en mano
-el pensamiento-.
No hay, entonces, un campo de batalla.
En su lugar, expira un vacío irreparable
que expulsa al otro, a los otros
de esa lucha vital,
internamente interna,
que busca,
a través de una especie de muerte transitoria,
revivirme.
Hay momentos imprevisiblemente firmes
que se levantan,
sobre la soledad,
como una isla.
Instantes de tregua,
de colores que acompañan
la sonrisa y el asombro.
Entonces, el desierto queda oculto,
sepultado.
La luz, antes fugada,
me acomete,
me atalaya en su ternura.
DEJARON SU VOZ ESCRITA…