FOTOGRAFÍA de Pura María García
A veces se escriben por mí
las palabras que se habían ausentado de mi boca.
Se disponen en borradores de carbón
en los que el fuego intenta quemar sus sílabas finales.
Quizás el poema y el verso rizomático,
no sean más que las dudas expuestas en frases
descabalgadas
que van dando tumbos hasta llegar al precipicio de la vida.
Llevo versos de madera clavados en las manos.
Reanudo, cada día, el camino
en zigzag por el bosque donde los gusanos riman
con la muerte y lo perdido.
Me escuchan recitarlos los cadáveres
que explican el porqué de mis caídas y mis sueños.
Lo intento.
Intento mitigar la incalculable densidad de la palabra.
Me resisto a la fuerza con la que se instala
en mi garganta de papel
como una necesidad que me aletarga
hasta saciarla.
Es sábado.
Nada de lo que he escrito podría declararse verdad.
Únicamente lo siento como un juego de equilibrio,
un escondite indispensable,
la repetición programada de una debilidad
pública,
incapaz de deshacerse frente a la tensión de la metáfora.
Es sábado.
Escarbo las mariposas pretenciosas
que anidan en mis manos.
Si pudiera jurar, te juraría que nada pretenden mis poemas
que no sea resolver el acto inverosímil de vivir,
encerrarme en la palabra,
aislarme de mí,
esbozar un quizás devastador
que me hiere y me calma.
DEJARON SU VOZ ESCRITA…