FOTOGRAFÍA de Pura María García
Sé que a veces maldigo
la facilidad con la que pareces olvidarte,
entregarte a borrar quién eres
y la tristeza que ladras cuando apago la luz
y señalo indiferente tu cama de cojines.
Hasta ella te diriges
barboteando tus ladridos roncos,
apartando tus ojos pequeños,
ignorándome
(así lo finges, tan similar a los humanos).
Después, con la flexibilidad de los márgenes
de un rio que se inunda y se seca,
alternativamente,
formas un casi circulo corpóreo,
pones la cabeza entre tus patas
y me evitas, del todo,
rabioso de obedecer tu impulso a la obediencia.
Pasas la noche en mi noche,
en la noche repleta de ruidos
pequeñamente extraños.
Te imagino mascullando preguntas,
blasfemias,
en tu ignoto lenguaje.
Pero no es así.
También en eso me equivoco.
Suena el despertador que, desde que inicie
este exilio vital perpetuamente ingrávido,
hace las veces de hueco de besos y de abrazos.
Me despierta su voz artificial,
su arrullado tic tac cicatrizando las horas.
Antes de poner un pie en el suelo,
tú vienes.
Tú.
Tu cuerpo animalmente silueteado.
Tus ojos, sorprendentemente limpios,
más abiertos que mis ojos exhaustos.
Mueves el rabo.
Brincas.
Intentas alcanzar el borde de mi cama.
Ladras con un ladrido dulcemente exclamativo.
Y sí, envidio tu capacidad amnésica:
cómo olvidas la nocturna tristeza y,
cada mañana,
al no tenerla en cuenta,
te conviertes en un Sísifo de cuatro patas.
Vuelves a amarme.
Sin desdén.
Compasivamente.
Con animal amor.
Con complacencia.
DEJARON SU VOZ ESCRITA…