CRECÍ

FOTOGRAFÍA de PURA MARÍA GARCÍA

Crecí.

Me han sepultado los días,

los años y sus sombras.

El documento de identidad,

por otro lado, queda estático:

me valida durante un cierto tiempo

en el que se supone

que mi yo no ha caducado.

Pero crecí.

Siento sobre mis hombros y mis labios

el torrente de palabras

antes descartadas:

muerte,

camino,

pasado,

anteayer,

prórroga,

partir,

inútil,

abandono…

No soy mayor,

me he hecho mayor.

He desrecordado trozos rotos de mi infancia,

las infecciones de oído,

el dolor de garganta

y mi alma azul de niña.

Aprendí, lentamente, ahora lo sé,

a recordar fechas absurdas,

nombres, a veces despojados

de nombres y apellidos.

Tropiezo, cada noche,

con baldosas inconscientes

que no son visibles

en el suelo vital por el que, cada día,

a solas,

o conmigo, yo camino.

Me he hecho tan mayor

que amo las manchas de mi piel.

Son como los hijos abortados

que no quise tener, pero reivindican

una superficie sobre la que clamar

su penúltimo grito.

Crecí.

Me he hecho mayor.

Amo con desgarrada soledad.

Amo con la voz del silencio.

Amo incluso el desamor

que me infecta el corazón de vez en cuando.

Y no siento dolor.

No hay fractura ni hematomas en mi alma.

Ni bálsamo.

Ni herida.

Me he hecho mayor.

Crecí.

Pero, aún así, como una criatura,

necesito nombrarte

cuando la noche se derrumba

y me derrumba.