«Somos lo que hemos leído o, por el contrario, seremos la ausencia que los libros han dejado en nuestras vidas» T. Eloy Martínez
Toma asiento frente a la mesa. Acerca, sujetándola con las dos manos, la silla. A la distancia justa. A la proximidad justa. Es ella: la hescritora.
Me fascinan las palabras. Me conmueven. Todas, especialmente aquellas con las que, por primera vez, me cruzo. Ese regusto a nuevo, a descubrimiento, a sorpresa. La primera vez, en todas las cosas, es el terreno que se cree baldío llenándose, de pronto, de vida vegetal, girasoles crecientes, hojas que cobijan. Las palabras me conmueven, continúa diciendo la hescritora. Inventarlas. Recortarlas. Abreviarlas. Componerlas. Inventarlas. Desoir a las palabras antiguas, celosas de las nuevas. Hacer palabras de lo nunca visto escrito. Inventarlas. Por eso, para mi oficio vital, inventé la palabra hescritora y la deje poseerme, acompañarme, cuando tras la cachetada de mi profesora de lengua, noté como la misma palabra se adhería a mi paladar y jugueteaba con las líneas que hacían de las palmas de mis manos un mapa a medio construir.
La hescritora desordena los papeles en blanco. Baraja de naipes sin rastro alguno. Entre los dedos de su mano izquierda sujeta el lápiz forense. Dispuesta a sajar las palabras y el hecho, lo imaginado, lo real envenenado con el corrosivo ácido de subjetividad. Dispuesta a horadar la carne invisible del otro y de los otros. También su propia carne. Eviscerarse. Desencajar el orden aparente de las cosas, de sus cosas. Aceptando que el lápiz forense determinará la hora, fecha y circunstancias en las que una piedra imperceptible le golpeó el alma y dejo, imborrable, una huella dactilar que no se halla registrada en otro lugar que no sea su espíritu.
El lápiz forense danza con asimetría sobre el papel. Mar de blancura sobre el que desciende un oleaje de palabras. Resaca de vocales y consonantes. Lágrimas convertidas en infinitivos. Recuerdos que huyen de la memoria y se transforman en sujetos que no podrán, nunca ser elípticos. Sortea respuestas pues su itinerario busca la senda angosta de las preguntas y sus recodos.
La hescritora cede ante el lápiz forense.
Y queda, entonces, el cadáver de una idea, un párrafo, una línea, expuesta a la consciencia de la hescritora, a sus ojos de fuego, a su boca rebelde, a su pensamiento irreverente.
La palabra. Las palabras me conmueven, piensa, mecida por el silencio, la hescritora. Así, dispuestas sobre el papel raptado por ellas, parecen oasis en un desierto imaginado que se llena de luz aunque el día sea gris y las estaciones no se sucedan.
No és la primera vegada que ho dic i penso.
Ets una Hescritora que saps jugar, inventar, descobrir paraules com ningú.
Una crakhhhh
Gràcies,estimat Ferran! Una abraçada
La metáfora del ‘lápiz forense’ me fascina…Un abrazo fuerte!
Gracias!! Fue esa metáfora la que ocupó mi mente y me hizo pensar que en la mano,quienes escribimos, tenemos un lápiz que nos disecciona …el lápiz forense.Un gran abrazo!!!